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                    AUTOPIA Octubre 15, 2022

A veces toma mucho tiempo descubrir la vocación; incluso en ocasiones uno se puede confundir.
Yo estaba seguro de que cuando lancé Motor y Volante podría desbocar mi primordial
interés que eran los coches. Sin embargo, hoy me doy cuenta de que mi verdadera
vocación es DESCRIBIR los coches, contar lo que siento cuando los manejo; compartir lo
que saben platicarnos.
De hecho, cada vez que me pongo al volante de un auto, lo que más me empieza a trabajar
es el cerebro: el cerebro, porque instantáneamente comienza a sacar cálculos acerca de
qué tan bien están coordinándose la potencia y el par motor, qué tan buena respuesta está
aprovechando la transmisión, cómo al llegar a una curva puedo darme cuenta si este
coche es más o menos apto y, sobre todo, el PORQUÉ.
Eso es lo más importante y lo más entretenido, por qué un auto es más o menos apto que
el de ayer o el de mañana. Y bueno, pues precisamente eso es lo interesante de describir
qué es lo que está sucediendo con el auto cuando lo manejas. Un coche es nuestro amigo
y le gusta conversar.
Yo tengo amigos muy manejadores (y muchos de ellos colaboran en esta revista) que lo
que disfrutan realmente al manejar es llevar el coche hasta su límite. A mí eso me tiene un
poquito sin cuidado, a mí lo que me interesa es iniciar una conversación con el coche, que
el coche me cuente lo que viene sintiendo y yo le cuente cómo lo vengo gobernando.
Me gusta interpretar, analizar, investigar esa conversación, para poder describirla, para
poder contarles a ustedes, mis queridos lectores, lo que se siente al manejar cada auto. Y
sobre todo, por qué se siente así. Siempre he tenido esa característica en cuanto a mi
apreciación sobre los coches, que para algunos me sitúa en un escalón diferente, ni más
arriba ni más abajo, nomás diferente al de los fanáticos de la velocidad, de las carreras, de la
potencia bruta. A mí lo que me interesa es el funcionamiento de los coches, cómo pueden
lograr algo mejor al menor costo posible, en las circunstancias menos agresivas posibles,
contaminar menos, generar menos riesgos… siempre le daré una calificación más alta a
un auto que con pocos elementos logra lo mismo que un auto que tiene 14,000
elementos complejos.
Esto lo venía razonando precisamente esta mañana, manejando el simple y sencillo Mazda
3 de mi esposa (se llama Max) que es la versión más sencilla de esa gama. Al ser 2016,
todavía tiene el motor 2 L, que es un motor que ya tiene sus años con una concepción
bastante tradicional. Andábamos allá arriba en la montaña, Max y yo justo detrás de un
béme muy nuevo, muy potente, muy rápido. Muy, muuuy complicado.
Pero, a final de cuentas lo que estábamos
haciendo durante nuestro manejo
era exactamente lo mismo; en
igualdad de circunstancias, el
BMW tomaba las curvas con
mucha gracia, pero el Mazda
también.

El BMW mostraba potencia de sobra en las recuperaciones, pero al Mazda no le faltaba (ni le sobraba) un caballo para los
mismos fines. El equilibrio entre
potencia y torque estaba en su
punto ideal; venía al mismo ritmo y
al llegar al final de la recta, de hecho
Max tenía que desacelerar metros
más adelante (y claro, porque le costaba
más trabajo ganarla de nuevo) y para mí
ese equilibrio, ese “emparejador” es la
mejor calificación que puede recibir un
coche.
Pero además, ya lo ven, describirlo me dio
oportunidad de llenar estas páginas
con lo que más me gusta.

                     Gabriel Novaro

 

 

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